Ya no demos nada por obvio…
Este año coincidí en un proceso de formación en desarrollo humano con un grupo numeroso de profesores de educación media, un poco más de 600, fue una experiencia inédita como todo en este año, iniciamos con una semana a todo pulmón, con dos sesiones presenciales (tengo que aclararlo) por día cubriendo a 12 grupos junto con 5 compañeros facilitadores, seguimos en marzo con 14 grupos y después nos mandaron al encierro…
Pudimos reanudar el proceso a través de línea a los 14 grupos en junio y posteriormente en octubre, noviembre y las últimas sesiones en diciembre.
La última sesión impartida a 12 grupos trató de cómo ayudar a los alumnos a generar resiliencia a través de las clases a distancia y posteriormente en clases presenciales, el modelo presentado fue bien recibido y mejores las buenas prácticas sugeridas por los grupos para implementar dichas acciones. Hablamos de cercanía, de empatía, flexibilidad y disciplina, hablar de la vida y del regreso de los buenos modales y cortesía en el salón de clases virtual, hacer que los jóvenes se sientan queridos y parte de algo o alguien, otorgarles visión de futuro e invitarlos a que quieran ir tomando sus vidas en sus manos…otorgarles espacios de participación significativa en sus procesos de aprendizaje y muchas más.
En cada grupo surgieron no menos de 40 aportaciones de acciones concretas para crecer en resiliencia…sin embargo en todas las participaciones…en todos los grupos… no apareció una actividad fundamental que hace al ser humano más humano y más resiliente: dar servicio, otorgar tiempo y esfuerzo por los demás, salir de sí mismos para ayudar solidariamente a otros.
Rebotando esta idea con mi esposa surgió entre otras la reflexión de, ¿por qué no presentaron como una actividad que fortalece y genera resiliencia el hacer que los jóvenes hagan actividades de servicio?, servicio en casa, entre ellos, social, otros… porque ellos, los profesores, son eminentemente servidores y lo que ellos hacen, no lo concientizan porque es ya un hábito, una reacción natural y cotidiana.
El servicio es una actitud resiliente porque te fortalece, te construye, te hace mejor persona. Te hace salir de ti mismo hacia el otro, hacia la búsqueda de ayudar a satisfacer una necesidad sentida del otro, el servir a los demás te lleva a reconocer en ti y potencializar tus capacidades máximas y la oportunidad de desafiar tus límites y dar el paso al mar adentro.
El servicio otorga la plenitud, significado y sentido a nuestros actos, enaltece el espíritu en el anonimato y solo es reconocido con justicia por el que habita en el espejo cuando te asomas.
Hacer de tu vida un servicio, es empalagarte de las mejores mieles que habitan en el panal dentro de tu alma, es llevar a lo más radical tu ser entero. La magia del servicio te hace ser más grande y más humano, siempre.
Ayer, cuando salimos mi esposa e hija de una misa en honor de una mujer que tuve la fortuna de conocer y convivir con ella – una gran servidora que marco y dejó huella en muchas vidas, incluyéndome- nos encontramos con el sacerdote que ofició la ceremonia, lo vimos esperando el taxi y mi hija sin más le ofreció llevarlo;
– ¿A dónde va padre?,
– “A mi casa” contesto con naturalidad
– ¡Lo llevamos!, dijo mi hija pensando que estaría cerca su domicilio
– ¡Gracias!, y subió al auto
– Hola padre, ¿a dónde lo llevo? Le dije con naturalidad y respeto, mientras subía con cierta dificultas al auto, por su edad y por llevar un par de bolsas con mandado.
-Mi casa está en… (queda a 25 minutos de donde estábamos)
En la plática casual y de personas que se ven por primera vez fluyó con cortesía. Yo no dejaba de pensar en el cuantioso y valioso tiempo y distancia invertido por él para ofrecer la misa…
Este buen hombre vive a 8 km de la capilla en donde escuchamos la celebración, vive en una casa junto a varios sacerdotes más, de avanzada edad o enfermos, él rebasa los 60 años – eso estimamos por su aspecto- y cada que le piden ayuda para ofrecer misa en la mencionada capilla el buen hombre va ¡caminando desde su casa!
Sale a las 2:30 de la tarde de su hogar, hace dos paradas para tomarse un descanso en bancas públicas y llega a las 6:30 pm a su destino para ofrecer confesiones a quien necesite… “Cada día camino mejor y más aprisa, vengo rezando y meditando las lecturas del día, pensar en qué me quiere decir el Señor” “Cuando empecé a venir salía a la 1:00 de la tarde, caminaba despacio y reconociendo el mejor camino… vengo hasta acá porque no hay muchos sacerdotes que tengan tiempo de ayudar, están muy ocupados…yo me organizo”
Hoy, estimados amigos, me he obligado a escribir sobre lo que viví y gocé ayer, comentar sobre este buen samaritano que sirve a los demás desde la luz en la oscuridad, desde su querer hacer lo que sabe por los demás, sobre este ser que es un héroe anónimo, que me revuelve en mí mismo e invita a reubicarme en mi realidad y decidirme a hacer algo desde mi trinchera, desde mi espacio…
Deseo fervientemente hacer un homenaje a todas aquellas personas que sirven, que poseen esa rara capacidad de presentarnos el fondo y las cien mil formas del sustantivo y verbo que da sentido a cualquier vida humana…
Deseo hacer evidente y que no quede en lo obvio una de las pocas posibilidades de seguir construyendo vida en común…de hacer contacto y de inspirar presente y futuro…
Deseo invitar a todos lo que se molestaron en leer esta reflexión a que salgamos de nosotros solidariamente para entregarnos al otro y hacer cada acto de servicio un homólogo de amor.
Y enseñarles a los que vienen, la belleza de servir y que cueste lo que cueste, caminemos lo suficiente para dar lo que podamos y queramos y que de regreso a casa llevemos bolsas llenas de mandado para regalar a monjitas que viven de la caridad…