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Verme desde afuera

En todas las propuestas y corrientes de estudio e investigación del desarrollo humano aparece el autoconocimiento como la parte toral y detonante del proceso de crecimiento de cada uno de nosotros.

La mayoría proponen ese autoestudio, autoanálisis y ese encuentro con el personaje del espejo a fin de conocer, aceptar y reconocer los atributos positivos y negativos que permitan hacer un balance de fuerzas y debilidades personales y a partir de ahí entrar en la aceptación y transformación de uno mismo, todo para ser mejores y más felices.  ¿Camino fácil? Nunca…

Recuerdo una conferencia en donde el expositor hablaba de la necesidad de hacer el ejercicio de la reflexión: “para vernos al espejo necesitamos poseer dos grandes habilidades, una tremenda valentía para asomarnos al espejo y una enorme dosis de honestidad para reconocer lo que veamos, sin tregua ni consentimientos, en el espejo está quien eres y no más, ni menos”.

Sin embargo, explorando las opciones, hay otra que también es interesante y si la pensamos puede ser una gran aventura: conocerme a través del “otro”.

Esa o esas personas que viven o conviven conmigo son el otro, mi cónyuge, mis hijos, mis padres, mis hermanos, mis compañeros de trabajo, mis amigos, todos ellos son el otro. El que es totalmente diferente a mí, su físico, su estilo, sus actitudes, sus pensamientos, creencias y valores, aquel que es independiente a mí, el que toma sus propias decisiones y escribe su propia historia con diferentes lápices y tonalidades de colores…ese, ellos son el otro. Si tengo alguna autoridad o influencia formal sobre ellos puede ser que me imiten, piensen y valoren situaciones como yo, es más, pueden hasta solucionar conflictos y relacionarse como yo les enseñe con la convivencia diaria, pero al final…son el otro.

En mis pláticas con muchos padres de familia he escuchado, inclusive con jefes empresariales que desean con toda el alma y esperan que el otro sea como ellos los formaron, los “hicieron”, frase o ideas como “son mis hijos, deben ser como yo, deben seguir mis pasos, ya les transmití lo que no se debe y sí hay que hacer, ¿por qué no me aprovechan, por qué no lo hacen como yo?”, lo dicen con convicción y buenas intenciones…  pero aquellos que recibieron todos tus regalos siguen siendo el otro.

Y el otro no está para ser copia mía, no está para seguir mis pasos, negaría su libertad, no está para cumplir mis expectativas, sería colocar una factura injusta…el otro es el otro y debe vivir su vida, ser libre y tomar sus propias decisiones. Sobre todo, cuando el otro es ya un adulto, joven pero adulto en el caso de nuestros hijos, adultos todos en otros casos, cónyuge, pareja, novia, amigos.

Regresando a la pregunta de ¿puedo conocerme a través del otro? La respuesta no nos invita por el camino de convertir al otro en un espejo, sino convertirlo en alguien que viéndome como diferente y único, especial, independiente, como a otro, pueden reconocer mi forma de ser y transmitirme poniendo en mis manos lo que les reflejo y el impacto que provoco en ellos. Píenselo, el otro conoce mis mejores y peores formas, mis reacciones, mi esquema mental y de valores, porque simplemente lo que reflejo es lo que soy, entonces el otro al verme como otro me puede ayudar a conocerme y eso es extraordinario, ¡puedo descubrirme y conquistarme gracias al otro!

Al verme diferente, único, singular, lo primero que gano de ser el otro es elevar mi autoestima y auto concepto, porque descubro que soy yo, ni tú, ni él, ni mi padre, ni mi madre, ni nadie, soy el otro.

Si establezco contacto, creo vínculos, si soy capaz de abrirme al otro y confiarme en él, abriré la puerta a la aventura toral del desarrollo humano. ¿y el otro, debe abrirse de la misma forma a mí?, es su decisión, si lo haces sentir como un verdadero otro, casi seguro que lo conquistarás.

 La convivencia, la amistad, la cercanía, la apertura y una comunicación sensible y compasiva serán entonces las habilidades que complementen a las que me exige mírame al espejo.

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